martes, 23 de junio de 2015

Ejemplo del trabajo por proyectos 2.

Otro de los ejemplos del trabajo por proyectos, es el de las prácticas llevadas a cabo por Mari Carmen Díez Navarro, maestra y psicopedagoga. Entre ellas, nos gustaría hacer mención a una muy divertida como es el proyecto llamado “El restaurante es de todos” que podemos ver dentro del libro Mi escuela sabe a naranja.

El restaurante es de todos.
Nace un interés colectivo.
El discurrir natural de la vida de un grupo contiene tantos avatares, tantos detalles, tantas palabras, tantos sentimientos, tantos rincones, tantos espejos multiplicados, tanta complejidad…
Se juntan las costumbres con las sorpresas, los disgustos con las sonrisas, las manías con los aciertos, los saberes, los quereres…, y sale una mezcla ruidosa, burbujeante, explosiva, ¡y tan llena de vida!
Juan nos venía hablando del restaurante que sus padres tenían en mente desde que llegaron de la Argentina hacia el mes de febrero del curso pasado: «Que si ya encontramos el local, que si tuvimos que dejarlo, que si costaba mucha plata, que si no tenía salida de humos, que si las persianas no funcionan, que si ya tenemos los platitos de un vidrio muy lindo…».
Así que nos alegramos mucho cuando este septiembre nos lanzó la gran noticia: «¡Ya abrimos el restaurante! Se llama Bígoli y quedó muy, muy bien, y hay que “resegar”» la mesa, o no tienes lugar». De hecho, Juan no hablaba de otra cosa que de aquel sueño familiar, que al fin se había hecho realidad.
Una mañana explicó que se había encontrado con Yoel en el Makro, que es una tienda muy grande a la que sólo pueden ir «los que tienen la tarjeta».


-¿Qué tarjeta?, preguntaron varios niños a la vez, y él dijo que era la tarjeta de las personas que tienen un restaurante.
-¿Pero es que tú también tienes un restaurante?, le pregunté extrañada a Yoel.
-Sí, se llama Maristo, dijo él tan tranquilamente.
-¿Y cómo es que nunca lo habías dicho?
-No se…

Distintos modos los de estos dos niños de salir al exterior, de explicar las cosas, de transmitir sus vivencias familiares, de hacerse presentes en el grupo. Distintos ritmos y aterrizajes en la realidad social de la escuela, y de la clase.

Abrir el tema
Carlos lanzó la idea de montar un restaurante en la clase como los de Juan y Yoel. Y a pesar de que el entusiasmo era creciente en torno a los restaurantes, pensé que vendría bien nos centrarnos tanto en ellos dos y hacer más extensiva al grupo la tarea, con lo que repartiríamos el protagonismo entre los dos niños y preveníamos posible rivalidades. Esta apertura del tema también serviría para implicar a las familias, para pensar juntos sobre el hecho de trabajar…
Así pues, un día nos sentamos a hablar a partir de algunas preguntas: ¿qué es trabajar?, ¿para qué sirve?, ¿cómo se trabaja?, ¿vuestros padres trabaja?, y nosotros ¿trabajamos? Mientras se iban leyendo las encuestas, fabricamos gorros, delantales, servilletas de papel, posavasos, floreros, «cartas» (con recortes de revista de cocina), carteles de publicidad…Clasificábamos todo lo que había en la cocina y situábamos el material preciso en una mesa preparada para ello. También ensayábamos el saludo para entrar y salir, el decir por favor y gracias, el llamar al camarero, el preparar comidas, el poner la mesa, el llevar las bandejas (con dos manos, con una, con vasos altos, bajos, con peso, sin él…), el contar nuestras existencias de platos, vasos, comida…
Juan había dicho que las mesas tenían números, «que no estaban escritos, pero que todos los camareros sabían». Le dije que era mejor escribirlos para que no nos confundiéramos, así que Claudio elaboró unos cartelitos con el uno, el dos, el tres y el cuatro, y los dejamos en la mesa donde estaba todo lo del restaurante.

Bautizamos nuestro restaurante
Nos faltaba el nombre. Cada cual propuso el que quiso y hubo una votación que ganó por mayoría. Restaurante Aire Libre. Yo voté la propuesta de Francisco, que presento como nombre para nuestro restaurante Fin, argumentando que lo proponía por ser un nombre corto y porque además, tenía su letra, la «efe. Era la primera vez que Francisco argumentaba una propuesta
Al día siguiente llegó Chimo muy excitado, diciendo que había pensado en un nombre para el restaurante mucho mejor que el que habíamos elegido. Le dije que no íbamos a volver a votar, pero que de todas maneras nos lo dijese.  Era: El restaurante de todos, porque «cómo iba a ser de todos nosotros»…, argumentaba ilusionado. ¡Casi cambio de opinión! ¡Menudo nombre tan socializados y tan amigable!... Para no sentar precedentes y evitar líos en el futuro con respecto a las votaciones, me mantengo en lo dicho, pero insisto en que se trata de un magnifico nombre para nuestro restaurante.
Todo el mundo tenía algo que contar o proponer, así que sobre la marcha añadimos la colocación de flores en cada mesa, la ubicación de los camareros, los clientes, los telefonistas-cobradores, el de la barra, los cocineros, las velas encendidas, la música, el dinero (euros fotocopiados), cacahuetes de la cocina, palillos que trajo Mar, galletas que trajo Javi, caramelos que trajo Andreu…


La inauguración
El día de la inauguración, 15 de octubre de 2002, había cuatro mesas preparadas en la clase, que fueron dispuestas con los manteles y la loza de lujo, siguiendo las indicaciones las madres, y contando con el acuerdo de todo el grupo. Dos de las mesas eran de cuatro personas, una de seis y una de dos, y resultaron preciosas.
Cuando todo el mundo estuvo colocado en su sitio: -los cocineros con sus gorros y delantales, el telefonista con la caja registradora y el teléfono, la chica de la barra con todo bien ordenado y a mano, los camareros armados de bandejas, blocs para anotar, y delantales, y los clientes con los euros en el bolsillo y fuera de la clase para hacer una «entrada triunfal», -yo, que hacía de maître, abrí las puertas y di por inaugurado nuestro Restaurante Aire Libre.
Eran las diez y media de la mañana y estuvimos hasta la una ocupadísimos. Por la tarde repetimos la sesión, pero cambiando los papeles, previo sorteo otra vez. Tanto por la mañana como por la tarde hubo orden y concentración. Todos cuidaban el material, utilizaban los saludos y modos de comportarse que habíamos acordado, aceptaban las normas del juego y, a la vez, lo pasaban estupendamente.
Surgieron algunas variantes particulares: los cocineros salían a servir las mesas, deseosos de entrar en acción. Los camareros ¡hablaban de usted!, diciendo simpáticamente: « ¿qué desean ustedes?», «¿quieren que les atienda?», «¿les sirvo algo para beber?»… y otras lindezas por el estilo.
Todo lo que había en la cocina y en la barra se fue utilizando hasta que éstas quedaron vacías: las cuatro mesas estaban abarrotadas de manjares. Se escuchaban unos brindis muy graciosos: ¡salud!, ¡a tu buena salud!, ¡por ti!, ¡por tu novio!, ¡por los Elefantes!, ¡por mi madre!...
Nadie se peleaba, no hubo disgustos, ni líos. Apenas unas pequeñas trastadas: en la mesa número 4, se encendieron unos palillos festivamente, y en la mesa número 1, la de la vajilla de lujo, hubo algún que otro derramamiento de agua, «para que los platos brillaran aún más»…
Durante los tres días siguientes, el restaurante estuvo abierto en un juego libre, sin sorteos y con nuevas aportaciones, que redoblaron el éxito de los días anteriores.
Cuando llegaban los padres a recoger a los niños, eran invitados a sentarse y a tomar algo. Lo pasamos muy bien. También vino gente de otras clases a mirar, y las cocineras, y los maestros. Los «habitantes» del restaurante casi ni se daban cuenta, ¡cómo estarían metidos en faena! Cantaban canciones alusivas, que las familias o yo les habíamos enseñado: «Camarera, camarera, eres la camarera de mi amor», «En este bar te vi por vez primera». ¡Todo un ambiente!
La propina
Coincidió que uno de esos días le hicimos unas despedida a Consuelo, nuestra cocinera desde hacía veinticinco años, con motivo de su jubilación. Fue muy bonito oírla hablar de cuánto había disfrutado en su trabajo y del miedo que tenía a echar de menos su cocina y a todos nosotros. Le regalamos flores, dibujos, una maceta, una placa, un libro y un álbum con fotos de «recuerdo». Ella nos preparó uno de nuestros manjares preferidos: «la tarta del cole», que nos tomamos trivialmente. Todos relamiéndonos mientras ella lloraba…
Por la tarde saqué el tema de si a la gente le gustaba su trabajo tanto como a Consuelo y a mí. Los alumnos fueron por las clases preguntando a los maestros y todos dijeron que sí que les gustaba su trabajo. Susana dijo que le encantaba la oficina, y Paqui, Mari y Ana les dijeron que les gustaba guisar y tenerlo todo limpio, aunque a veces se cansaban bastante. Guillermo comentó que su padre aún no le había dicho si le gustaba su trabajo o no, pero que él creía que «regulín», porque lo veía cansada muchas veces.
El día que desmontamos nuestro restaurante hubo añoranzas anticipadas, quejas y propuestas de repetición. Se me ocurrió entonces decirles (quién sabe si por alargar la experiencia) que nos faltaba una cosa por aprender sobre los restaurantes: lo que era una propina. Ninguno sabía qué podía ser, así que lo expliqué en un momento y luego se lo fuimos preguntando a todo adulto que entraba por la puerta.
Les hice una «prueba de propina», que consistía en resolver una especie de problema: «imagínate que va con tus padres a comer al restaurante de Juan o al de Yoel y al iros os dicen que tenéis que pagar ocho euros. Si queréis dar una propina, ¿cuántos euros tendréis que pagar?». Podían decir uno o dos euros de más, o cincuenta céntimos, pero no mucho menos, ni tampoco mucho más. ¡Era tan chocante verlos pensar en ello! Fue un rato muy divertido para mí.
Días después, la madre de Yoel trajo un bogavante vivo, que provocó muchas preguntas, algunos sustos y bastante lástima entre los amantes de los animales, que sufrieron al saber que iba a morir metido en el arroz caldoso del restaurante. Lo tuvimos todo el día en la escuela, un rato para mirarlo y dibujarlo, otro para enseñarlo clase por clase y el resto del tiempo metido en la nevera. Marta lo llamó «Bustamante», Andreu «Gustamante» y Francisco, «Justamante». Unas adaptaciones bastante interesantes. Le compusieron unas poesías, que resultaron muy graciosas:

Bogavante
Eres un pinpante
El bogavante
Es como un elefante

El animal también nos sirvió para acudir al diccionario, leer y fotocopiar la definición y descripción del bogavante, y para ver un esquema en el que aparecía todas las partes de su cuerpo, entre ellas el ano, palabra que tuvo notable éxito entre los niños. Esa tarde todos se llevaron la receta de Yoel, por si alguien se animaba a cocinarlo.

Ecos en el piso de abajo
A cuenta del restaurante ha surgido otras cosillas, (también como una propina), que hacen pensar en el piso de abajo afectivo de los participantes en este proyecto de trabajo:
Cuchillos peligrosos
El día que montamos el restaurante, utilizamos vajillas, copas, servilletas, manteles y cubiertos << de verdad>> traídos por los padres de Yoel, y al comentar el peligro de los cuchillos, Arnau empezó con sus habituales supuestos terroríficos:
-          ¿Y si un bebé toca el cuchillo por el lado que corta, y se hace sangre, y luego se lo clava en la barriga?
-          Lo verían sus padres…
-          No, se habían ido a trabajar.
-          Lo dejarían con alguien que lo cuidase.
-          Pero se durmió su cuidadora.
-          Pues sí, en ese caso si que se podría cortar.
-          ¿Y si se le cae un cuchillo de punta en la cabeza a un bebé?
-          Pero, ¿por qué dices todo esto, Arnau?, ¿Es qué tienes miedo de que le pase a tu bebé alguna de estas cosas?
-          Sí.
-          Pues no le va a pasar nada, no te preocupes. Aunque a veces tu las pienses, esas cosas no le pasarán, ya lo verás. Lo único que pasará es que te tocará que llore y mareé un poco.
-          Eso, y que huela a caca, añadió Alexandra.
-          Eso, corroboró Marina.
Equilibrios inestables.
En el ensayo con las bandejas hubo un detalle gracioso. Los niños que presumieron de lo bien que sabían ellos llevar las cosas en las bandejas, fueron lo únicos que tiraron los vasos, y hasta la misma bandeja en algún caso, cosa que hizó exclamar a Joanna: << eso es por ir tan deprisa, y por decir que ya sabían llevar las cosas como los camareros>>.
Luego, al colocarse la bandeja enristre, notamos que la mayoría la cogía con la mano derecha, y algunos con la izquierda. Eso hizo que se hablara de zurdos y diestros, y que se destapara la ilusión omnipotente de uno de los niños de ser ambidiestro:
-Yo sé hacer las cosas con las dos manos igual y mi abuelo me ha dicho que es porque soy ambidiestro.
-Pero tienes una mano <<preferida>> con la que comes, coses, pintas mejor.
-No, mira y verás cómo cojo la bandeja con las dos manos igual.
Aquí hubo un intento de demostración, que acabó con el derramamiento de todo el contenido de la bandeja, y con la constatación de que eso de ser ambidiestro <<no era seguro>>, y de que el niño en cuestión parecí un zurdo verdadero (y a mucha honra).
Pequeñas frustraciones
Francisco porque no le tocó en el sorteo ser camarero, que era lo que él quería. Al rato de estar llorando, miró de reojo el buen juego que había, y que él se estaba perdiendo, y se levantó de un salto y se sentó en una mesa libre, y gritando: <<¡Por favor, camarero, tengo hambre!>>.
Comportamientos variables
Uno de los niños cuando era cliente se portó fatal en su papel de cliente, y en cambio, cuando hizo de camarero fue un modelo de delicadeza y servicialidad. ¿Deseo el mando? ¿Costumbre de divertirse transgrediendo las normas?¿Necesidad de ser mirado?...
Ascos
-Hay comidas que dan asco, dice una niña viendo la carta de nuestro restaurante. A mí me da asco el puré de verduras.
-Es verdad, a mí también, apoya Guillermo.
-Decid que no os gusta, pero no que os da asco, porque a otros les gusta, y además es una buena comida.
Alexandra dice entonces que a ella si le gusta el puré.
-Hay también niños que dan asco, sigue comentando la niña.
-¿Sí? ¿Y eso por qué?
-Pues si un niño escupe en la mesa y toca zzel escupido>>, a mí me da asco y tengo que mirar a otra parte para que no me dé angustia.
-¿Y por qué no se lo dices al niño que lo hace? Así sabría que esas cosas no le gustan nada a los demás.
-Pero es que entonces tengo que verlo, y yo no quiero verle las salivas salidas de la boca…
-Eso es verdad. Bueno, pues díselo después.
-No, es mejor ponerme en otra mesa.
-Pero eso no es mejor para él, porque lo seguirá haciendo. Si quieres, llámame a mí, y yo se lo diré, ¿qué te parece?
-Bueno, dice poco convencida.
Concomitancias
Como en el restaurante de todos querían limpiar, ordenar y cocinar, surgió, por extensión, el tema de los trabajos en la casa. Suscitó el asunto la madre de Marc, que me lanzó la sugerencia-demanda: <<Podrías hablar un poco de las tareas de la casa, porque mi hijo dice que sólo la hacen las chicas, y que él no tiene por qué recoger, ni limpiar, ni hacer las camas porque es chico, así que llevamos unos días a todo discutir>>.
Efectivamente, lo hablamos en clase y Marc defendía su postura con cara de genio, pero sin argumentos convincentes. Como me pareció que el tema era interesante, elaboré una pequeña encuesta que todos contestaron y que arrojó unos curiosos resultados:
•En todas las familias se valoró el hecho de hacer las tareas en colaboración, aunque muchas veces se reconocía que, <<por las prisas>>, las que más trabajaban en las casas eran las mamás o las chicas que venían a limpiar.
•Se clasificaron las tareas. Unas eran <<para todos>> (limpiar la mesa, tender, ordenar, barrer). Otras <<para los niños de la casa>> (recoger trastos, poner la mesa, quitarla, hacer las camas…). Y otras para <<los mayores sólo>> (encender el horno, planchar, poner la lavadora, cortar el jamón).
•Surgieron discusiones entre los hermanos mellizos. Ella se quejaba de él con acaloramiento: <Tú te vienes a mi cuarto para no recoger el tuyo, y empiezas a guardar, pero no sigues y te vas a hacer pis a la hora de quitar la mesa y…>>. Él se defendió mal, y tuvo que reconocer que la colaboraba poco y que su mamá se disgustaba con él, y su hermana aún más.
•Algunos de los padres de la familia cocinaban, compraban, tendían, sacaban la basura, bañaban a los niños…, pero no planchaban, ni ordenaban, ni cosían. A pesar de la constatación de estos hechos no hubo críticas, ni alusiones personales. Los distintos papeles no fueron apenas cuestionados. Quizás el tema les pillaba lejano, y se implicaron menos que otras veces. O tal vez vino impuesto por los adultos. El caso es que no aterrizaron en ellos mismos, ni cayeron>> en la trampa aleccionadora que queríamos tenderles.
Y otras menudencias
Además del restaurante, van sucediendo otras muchas cosas. Nos llega de nuestros amigos de Málaga, cargada de fotos de los niños, de la clase, de dibujos y de una buena explicación (con foto y todo) de su máquina de calcar.
Enseguida Francisco propone contestarles. Empiezan a dictar y les cuentan a sus amigos malagueños que tenemos un restaurante, que Yoel ha traído un bogavante vivo, que el padre de Claudio ya ha acabado la máquina de calcar y la vamos a decorar, que estaban muy preocupados por los bogavantes sucios por culpa del Prestige, y por los delfines, los peces y los demás animales muertos…
¿Trabajo o juego?
Éste ha sido un proyecto de trabajo más parecido a un juego colectivo que a ninguna otra cosa. <<Parece que estamos haciendo un teatro>>, dijo Carlos en plena vorágine hostelera. Y yo me pregunto por enésima vez:
• ¿Será verdad que se puede aprender jugando?
• ¿Será lo mismo trabajar que jugar a estas edades?
• ¿O será perder el tiempo esto de abrir un restaurante en la escuela?
Por despejar mis propias dudas y <<remordimientos>> he hecho un listado rápido con algunas tareas que hemos llevado a cabo estos días:
•Hemos estado hablando sobre qué es trabajar, sobre los oficios, sobre las diversas tareas, costumbres y normas de los restaurantes, sobre los criterios que sigue el que abre un negocio: tratar bien, hablar de tú o usted, hacer o no publicidad.
•Hemos escrito nombres de restaurantes, hemos elaborado cartas con los menús y los precios de las comidas, hemos confeccionado carteles de publicidad.
•Hemos leído palabras extraídas de las cartas de los restaurantes de Juan y de Yoel: Bígoli y Maristo.
•Hemos contado los panes, huevos, frutas, tazas, platos, cafeteras, vasos, cubiertos, servilletas que teníamos.
•Hemos numerado las mesas de nuestro restaurante.
•Hemos fabricado billetes de euro fotocopiados y los hemos repartido a cada cliente, correspondiéndoles un billete de cinco, otro de diez, otros de veinte y otro de cincuenta euros a cada uno. Hemos puesto el precio en euros de cada plato.
•Hemos organizado las mesas de tal manera que a cada cliente le correspondía una servilleta, un vaso, un plato, un cubierto… Hemos hecho correspondencias entre conjuntos: flores-mesas, billetes-clientes, cubiertos-platos-sillas-copas-clientes. Una taza por persona…
•Hemos observado y manejado muchos materiales, trabajando de manera natural los conceptos: lleno, vacío, seco, mojado, encima, debajo…
•Hemos organizado el espacio de la clase de otra manera, teniendo cuidado con el material y acordando las normas.
•También hemos organizado turnos sorteando los personajes, pidiendo permiso para hacer las cosas, votando…
 •Hemos confeccionado gorros, manteles, posavasos… Hemos barrido, hemos ordenado, hemos doblado servilletas de tela, hemos dibujado, hemos recogido, hemos hecho equilibrio con las bandejas, hemos recortado, hemos pintado…
•Hemos cantado: Eres la camarera de mi amor, En este bar te vi por vez primera, Cuéntame qué te pasó.
•Hemos averiguado el significado de muchas palabras: herramienta, utensilio, jubilarse, trabajar, publicidad, técnica, reservar, atender, presa, embalse, escribir, cliente, hablar de usted y hablar de tú, propina…
Y al ver cuánto trabajo se ha hecho, mientras jugábamos, he llegado al convencimientos de que nuestros fervientes y maestriles cuidados para que los niños <<no pierdan el tiempo>>, <<para que no les queden lagunas>>, <<para que maduren y sean autónomos>>…no son más que los viejos miedos de siempre <<a que no se nos desmanden>>, <<a que no se nos distraigan>>, << a que no aprendan>>.
¡Mira que si nos aventuramos a dejarlos jugar y disfrutar en la escuela y nos damos cuenta de que así también están aprendiendo, y no les hacemos tanta falta como quisiéramos con nuestras <<motivaciones>>, nuestras <<fichitas>> y nuestras ristras de objetivos por cumplir!
¡Mira que si probamos a hacer cosas nuevas y les gustan más que las otras!

¡Mira que si, con tantas <<modernidades>>, se olvidan de nosotras las sufridas maestricas!.

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